09 diciembre 2010

“El cuento del hombre que perdió sus orejas”. Una historia para reflexionar sobre la violencia masculina contra la mujer.


Erase una vez un hombre que no tenía orejas, no recordaba cómo había sucedido. De repente un día se levantó por la mañana y cuando, todavía medio dormido, intento ponerse las gafas, estas se le cayeron al suelo, fue entonces cuando se dio cuenta de que no tenía orejas.

Al principio se preocupó, por eso de le miraran raro… pero nuestro protagonista era un hombre eminentemente práctico cuyo slogan era “paz ante lo inevitable”, así que termino de vestirse y se dirigió a su puesto de trabajo.

Durante su jornada laboral se sorprendió al comprobar que casi nadie daba muestras de percibir la ausencia de sus orejas.

Esa tarde se encontró con sus amigos en el bar de siempre y les contó lo que le había sucedido. Después de aguantar algunas bromas empezó una discusión en la que cada uno de sus colegas defendía su teoría sobre el origen de la situación, por lo que pudo entender de la conversación, las teorías eran más o menos estas:

Para Juan la desaparición de sus orejas tenía que ver con la evolución de las especies “vivimos en la era de la imagen”, decía, lo que predomina es lo visual tu situación es una pista de la evolución de la especie humana en los próximos miles de años…

Rafa, mantenía que la desaparición de se debía a algún tipo de rito mágico a medio camino entre el vudú y lo exotérico.

Para José tenía que ver con la dieta alimenticia, en la que seguramente abundaba la comida basura y los productos transgénicos.

Javier defendía que posiblemente era debido a la exposición a algún tipo de vórtice energético o alguna confluencia espacio/tiempo en la que por azar el yo con orejas había sido sustituido por otro yo de existencia paralela que procedía en un mundo donde sus habitantes no contaban con orejas.

Por último estaba Vicente que entre risa y risa, relacionaba la perdida con no se que del tamaño de los genitales externos.

Después de un rato de porfiar sobre quién tenía razón, el tema de conversación se desvió hacia asuntos “más importantes” como el próximo partido entre el Madrid y el Barcelona, o sobre el trasero de la camarera.

Durante todo este tiempo nadie le preguntó cómo estaba, o si necesitaba algo… nuestro protagonista se sintió decepcionado y defraudado… aun así, reconocía una sensación absurda de pertenencia a este grupo.

Al rato comenzó a sentirse fuera de juego y se dedico a pasear su mirada por el resto de personas que estaban en el local. Algo en la actitud de la camarera le llamo la atención, era la misma camarera de siempre, pero encontraba algo raro en ella. Tardo un poco en darse cuenta de que era; su sonrisa no estaba, había desaparecido, parecía pensativa, cabizbaja, como presa de algún dolor invisible. Descubrió el mismo gesto en las otras dos mujeres que estaban en el bar y se dio cuenta de que todas miraban hacia el mismo punto, la televisión.

Estaban dando las noticias y el presentador con un gesto serio dio paso a un corresponsal que se encontraba en una calle igual a tantas calles de un barrio que podría ser el suyo. Entonces aparecieron unos subtítulos en la pantalla en los que se podía leer; “Nueva víctima de la violencia de género. Mujer muerta a manos de su ex pareja”. La noticia iba acompañada del testimonio de algunos vecinos que insistían en que la ex pareja parecía un “hombre normal”.

Un sentimiento de rabia e indignación empezó a recorrerle el cuerpo.

Sus colegas seguían a la suyo sin darse cuenta de lo que estaba pasando a su alrededor. Cuando la camarera fue a retirar las bebidas, uno de ellos le hizo un comentario subido de tono, con lo que se gano una mirada reprobadora por parte de esta. “Debe estar en uno de esos días del mes” dijo el hombre a modo de explicación. El resto rio ante el comentario. Nuestro protagonista descubrí o en su boca el atisbo de una sonrisa quizás un acto reflejo fruto de la costumbre. Pero esta vez la sonrisa murió en sus labios antes de aparecer en su rostro.

Se levantó, pronunció un adiós, pago su copa y salió a la calle. Anduvo sin dirección durante bastante tiempo, sintiéndose culpable por tantos momentos de sonrisa cómplice, cada calle por la que pasaba se le asemejaba a la calle que acababa de ver en las noticias, en su cabeza se repetían los comentarios de los vecinos “parecía un hombre normal”. Llego a su casa tarde y se metió en la cama sin cenar.

No podía dormir no dejaba de recordar el rostro de la camarera una y otra vez. Hasta que en un momento sintió surgir el llanto, un llanto masculino fruto de la comprensión del daño, un llanto por la incapacidad masculina de ponerse en lugar de la otra persona, de sentir en la propia piel la humillación, el control, la violencia, la desigualdad con que son tratadas esas mujeres que aparecen en los titulares de las noticias…

Cuando despertó por la mañana noto que algo había cambiado, al lavarse la cara delante del espejo del cuarto de baño descubrió que sus orejas estaban de nuevo allí. No sabía si todo fue un sueño o fue real. Pero lo que si sabía ahora era que hacer con ellas.

Saludos de madera
Antonio