16 abril 2007

Para hombrecitos sensibles



Aprovechamos para vindicar este precioso artículo del compañero Juan Trigo. Es uno de sus artículos en los que vida íntima y estudio sobre la masculinidad tradicional se compaginan. Pasen, conmuevánse, y disfruten. Besos de madera, Dani.

La sensibilidad masculina, por Juan Trigo

“If you prick us, do we not bleed?If you tickle us, do we not laugh?If you poison us, do we not die?”William Shakespeare. The Merchant of Venice (Acto III, Escena I)


A MODO DE PRÓLOGO


Cuando en el 2002 se me encomendó en el curso de género organizado por el CUES (Centro Universitario de Estudios Sociales de Jerez) hablar sobre la sensibilidad masculina recuerdo que, comentando sobre el tema con una compañera, me hizo la siguiente pregunta: “Ah, ¿es que tenéis sensibilidad?”. Ante tal comentario, yo, que no suelo ser ágil en respuestas rápidas, después de una breve pausa, le contesté: “¿Es que no la percibís?”. Aquí estaba claro, o al menos así lo sentí en aquel momento, que hombres y mujeres hablábamos distintos idiomas.
En este artículo quiero analizar, si es que se puede, la naturaleza de la sensibilidad masculina, aunque algunas personas crean que eso no existe.

¿QUÉ PODEMOS ENTENDER POR SENSIBILIDAD MASCULINA?


Durante mi época escolar, me refiero a la reglada, pues considero que uno no deja de aprender durante su vida, cuando no sabía una palabra le preguntaba a mi padre el significado de la misma – era indudablemente un método rápido y cómodo. Él, a su vez, con gesto rotundo pero con delicadeza, me señalaba con el dedo al mueble del salón donde había una serie de libros, para mí por aquel entonces libracos, y me decía: “Ve a la fuente. Si quieres saber algo ve a la fuente”. La fuente eran unos tomos de la Enciclopedia Abreviada de Espasa Calpe, lugar de acopio de algunos de mis conocimientos de niñez y adolescencia. Pues bien, a la fuente he acudido yo para intentar definir el término sensibilidad, si bien la primera fuente por mí utilizada es el Diccionario de la Real Academia Española, en su versión electrónica – los tiempos cambian amigo Sancho. Al teclear el término sensibilidad aparecen cinco acepciones, de las que me voy a quedar con las tres primeras:
1.- Facultad de sentir, propia de los seres animados
2.- Propensión natural del hombre a dejarse llevar de los afectos de la compasión, humanidad y ternura
3.- Cualidades de las cosas sensibles
Quizás el diccionario no nos descubre nada nuevo, ni yo tampoco con estas humildes reflexiones: El hombre, como ser animado que es, posee la facultad de sentir. “Pues vaya descubrimiento que ha hecho éste”, pensarán algunos. “Y para ésto un artículo”. A estos le contestaría con un dicho interesante y al uso del poeta británico Alexander Pope: “Cuántos debates interesantes surgen de cosas triviales”.


MODELOS DE SENSIBILIDAD MASCULINA


Habiendo definido o aclarado, al menos a mi manera, una definición de sensibilidad masculina, queda la no fácil tarea de establecer en algún momento de nuestra vida qué ejemplos, qué modelos hemos tenido de dicha sensibilidad en nuestro entorno más cercano que nos hayan influido, o al menos llamado la atención, a la hora de forjar nuestro crecimiento personal. Y digo que no es fácil porque puede que muchos no hayan percibido esa sensibilidad de sus progenitores masculinos o lo que han vivido es un modelo autoritario y represor de los mismos. Cuando me puse a pensar en mi caso, siempre hay que mirarse para dentro antes de analizar lo demás, me acordé de una imagen que se repitió mucho durante la infancia. Por lo general el modelo más cercano es el del padre y de él me acuerdo de lo siguiente:
A mi padre no le gusta conducir, nunca le ha gustado. No tenía la pasión de los coches que tenían sus amigos y, por supuesto, no corría tanto como ellos. Todos los niños, era un grupo de cuatro o cinco matrimonios con varios hijos cada uno de edades similares, cuando íbamos juntos al campo todos los domingos, querían montarse en los coches de los demás menos en el de mi padre. Yo tenía que montarme con él y eso entonces me fastidiaba porque los coches de los demás eran mejores y corrían más: cosas de niño. Pero había un detalle que recuerdo me llamaba poderosísimamente la atención: Cuando por la carretera habían unos pajarillos él automáticamente reducía la velocidad, a veces hasta casi se paraba, y de una forma muy suave tocaba el claxon para que los pequeños alados abandonasen la calzada y así no atropellarlos. Incluso me acuerdo que cuando tocaba el claxon lo hacía con mucha suavidad, como si no quisiera tampoco asustarlos.
No sé si estarán de acuerdo conmigo, pero ese gesto me parece a mí de extrema sensibilidad, puesto que aparte de la belleza del mismo, o al menos de la belleza que a mí me parece, cuando hablamos de sensibilidad no sólo hay que referirse al hecho de llorar, que también es acto de sensibilidad, cuánto menos de humanidad, sino a actos que denotan el interior más íntimo del hombre.
Quisiera aprovechar este momento para que todos hagamos un hueco en nuestras agitadas agendas y tomemos aunque sea algunos minutos para reflexionar sobre esos rasgos o detalles de esos modelos masculinos que hemos tenido y que nos han podido servir para moldear nuestra personalidad y/o, al menos, han tenido cierta relevancia en nuestra vida. Y quisiera ir más allá, reflexionar si somos modelos de pauta a seguir para otras personas de nuestro entorno (hijos, hermanos, amigos, vecinos, compañeros, pareja, etc.) y no repetir modelos, ya sea de forma consciente o inconsciente, antiguos y represivos. Aunque bien es sabido que una cosa es el ejemplo que estamos dando y otro es la percepción y posterior imitación que de esas pautas otras personas vayan adquiriendo. Pero eso es un mundo aparte.
Hay que tener en cuenta que hay varias formas por la que un padre puede enseñar a su hijo lo que significa ser un hombre. Éstas pueden ser tan diversas como por inspiración, por castigo, con el ejemplo o por accidente. Pero una siguiente reflexión a colación de ésto es saber si dentro de esa enseñanza nos han enseñado a ser sensibles.
A diferencia del amor de madre, que es todo entrega y amor, el del padre, a menudo, es exigente, estricto y condicional. Como el respeto, el amor del padre debe ganarse. Algunos padres creen que vivir en el aire frío de la indiferencia lo hará emocionalmente seguro de sí mismo.

¿SE NOS HA ENSEÑADO A SER SENSIBLES?


¿Se nos ha enseñado a ser sensibles?. En el caso que nos hayan enseñado, ¿hemos aprendido la lección?, si hemos aprendido la lección, ¿qué pasa que no lo vamos por ahí demostrando?, o, ¿acaso se “aprende” a ser sensible o es algo que se “siente”?. Éstas son algunas de las preguntas que nos hacemos con mucha frecuencia que, si yo supiese contestarlas con claridad, habría escrito un libro sobre ellas que seguro mucha gente, tanto mujeres, para entender mejor a los hombres, como hombres, para entenderse mejor a sí mismos, compraría, pero no es el caso ni así lo pretendo. Bueno, bromas aparte, no olvidemos que el sentido del humor debe regir nuestras vidas, pasaré a reflexionar sobre el tema.
Si en el capítulo anterior he señalado varías de las vías por las que un padre enseña a su hijo a saber lo que significa ser un hombre en este quisiera que reparáremos en las siguientes frases:
“Los niños no lloran”
“¡Qué machote! Te has caído y no lloras”
“Se ha portado como un machote. Ha ido a vacunarse y no ha llorado”
“Anda niño, vete a jugar con la pelota
“Los machotes no juegan con muñecas”
“Los Reyes Magos me han traído una escopeta”
“Va a ir a la “mili” a hacerse un hombre” (vigente hasta hace bien poco)

Seguro que les suena. Bueno, si no así iguales al menos muy parecidas e incluso otras que se me han quedado en el tintero. Desde la mas tierna infancia a los niños se nos “enseña” a reprimir sentimientos creo que inherentes al ser humano, y no, como se nos ha hecho creer, pertenecientes al género femenino. ¿Por qué cuando se cae un niño lo primero que se hace es, aparte de cogerlo, hacer lo posible para que no llore?, ¿es acaso para que no forme escándalo esté donde esté?, ¿acaso no puede el niño expresar su dolor con un llanto y sacar así para afuera todo lo que siente?, ¿acaso duele menos si no lloramos?; ¿por qué un niño no puede llorar, o se le trata de convencer para que no lo haga, cuando siente miedo ante una situación desconocida o ante algo que intuya puede producirle dolor?, ¿es que lo que tenemos colgando entre las piernas es una glándula que emana una serie de elementos químicos que ahuyentan el miedo?; ¿por qué al niño desde su infancia se le empieza a educar en la agresividad y la violencia por medio de juguetes bélicos y dibujos animados violentos?, ¿acaso tiene que salir de la aldea para ir a cazar el sustento diario?; no sabía que en la “mili” y en otras situaciones se “hace” uno un hombre, ¿y los que no hemos ido y no van a ir?, ¿acaso no nace uno hombre, independientemente de las razones anteriores y posteriores que puedan converger?.
Siempre se han asociado las lágrimas, como modo de expresión y descarga emocional, a las mujeres. Las mujeres, por norma general, lloran más que los hombres y en esto existe una transmisión cultural en la que parece que los hombres recibimos una “prohibición” de llorar mientras que las mujeres “tienen permiso” para ellos. Lo de “los niños/hombres no lloran” hace que los hombres reprimamos-hagamos reprimir esta manifestación porque simplemente ataca nuestra identidad. Dicha transmisión se une a las características psicológicas del proceso de maduración infantil. No representa lo mismo para un niño de tres o cuatro años ver llorar a su madre que a su padre. Mientras que el llanto de la madre les puede producir tristeza, el del padre les puede producir terror: “Es miedo al desamparo, porque en esta época el niño se separa de la madre apoyándose en un padre que él ha construido en su cabeza y que siempre es fuerte. El hijo acepta las debilidades del padre cuando ha crecido, pero no cuando es pequeño” (Menéndez, 2003).
Los hombres, como seres animados que somos, tal como dije en el capítulo ¿qué podemos entender por sensibilidad masculina?, tenemos capacidad de sentir. Como tal capacidad sufrimos el dolor, gozamos la alegría, vertimos lágrimas, necesitamos amor, necesitamos caricias, sentimos celos, sentimos rabia, sentimos miedo, etc. Podríamos decir que las necesidades intrínsecas son las mismas que las mujeres.
Tradicionalmente la mujer desarrollaba su yo interior porque el exterior les estaba vedado y el hombre a la inversa. La debilidad, la confusión, el temor, la vulnerabilidad, la ternura, la comprensión, la compasión y la sensualidad son solamente permitidos a niñas y a mujeres. Un chico que exhiba tales rasgos está expuesto a que sus compañeros se burlen de él y a ser llamado niña o afeminado, ¿qué podría ser más devastador?.

¿POR QUÉ NO EXPRESAMOS LO QUE SENTIMOS?


Recuerdo una canción que decía “Words don´t come easy to me...” (las palabras no me salen fácilmente). Y muchos se preguntarán por qué (otra pregunta del millón).
Terminamos el capítulo anterior diciendo que las necesidades intrínsecas son las mismas que las mujeres, pero, siempre hay un pero, hay distintas maneras de expresar necesidades emocionales. Muchos hombres todavía se basan en los pilares de la masculinidad: fuerza, invulnerabilidad y competencia. Muchos hombres continúan creyendo que tienen que probarse todos los días. Se sienten amenazados, confusos y avasallados por las demandas femeninas de honestidad y apertura o de cualquier clase de intercambio emocional. Y es que tenemos miedo. Estamos tan inmersos en roles masculinos tradicionales que no hemos potenciado nuestro “yo” interior, y quisiera ir más allá, tenemos miedo a potenciar nuestro “yo” interior no vaya a ser que descubramos algo que no nos guste, algo que no nos haga aceptarnos como somos, de no podernos desarrollar como personas. En el fondo muchos prefieren vivir en su cápsula e ignorar lo que hay a su alrededor. Nada más triste que perderse las experiencias y sensaciones que nuestro alrededor permite. Los hombres enfrentamos hoy requerimientos de intimidad como nunca anteriormente. Parte del hecho de tener intimidad consiste en disfrutar de la compañía del otro, no porque tengan negocios o un objetivo a lograr, sino para disfrutar de un tranquilo intercambio de observaciones, ideas y emociones. Por ejemplo quisiera poner que es inusual que un hombre quede en casa de otro hombre. Los hombres necesitamos la amistad de otros hombres pero a veces no sabemos encontrar lo que necesitamos de los otros. Es el temor a la homosexualidad lo que puede inhibir esa intimidad entre hombres de la que estamos tan necesitada. Sin embargo esa inhibición de la intimidad entre un hombre y una mujer viene dada por un temor al compromiso y a perder la independencia. Se convierte el hombre en algo que no quiere ser, se moldea a sí mismo en algo que él no es y se ve inmerso en la tiranía del debe: Siente lo que debe sentir Desea lo que debe desear Gusta lo que debe gustar . Y es que son tiempos difíciles para ser hombre.

A MODO DE EPÍLOGO

Quien me iba a mí a decir que aquel niño sensible y aparentemente endeble con el que muchos se metían en el colegio y en el instituto, al que no le gustaba, y sigue sin gustarle, el fútbol y que además leía, y a veces tímidamente escribía, poesía, que no seguía los cánones de una sociedad machista e intransigente iba a enamorar a su pareja con un poema de Guillermo Carnero y una canción interpretada por María Callas, bueno, eso fue sólo un primer paso. Me gusta ser sensible, y a ella que lo sea.

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